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martes, 3 de enero de 2012

Carta de Malena Marín a Rafael Viveros.

Para Rafa:
Del Periódico “EXCUINGO”

Leer a cualquiera de los Cuates Garcimarrero, siempre será un deleite, “la Historia de un Billete” es un libro que además de ser ameno, cuenta una historia real, de los últimos años de la década del cuarenta, la que le tocó vivir y consternar a los habitantes no solo de la parte alta de la sierra de Chiconquiaco, sino a los que vivíamos en la parte baja; ¡Quien no supo de acontecimiento aquel!


En el cerro de Borrego, se había estrellado un avión que traía mucho dinero, que los billetes estaban hasta en los árboles, que la gente toda se había muerto. Era la noticia que corría en boca de todos, y digo boca, porque poquísimas familias eran felices poseedores de un radio, y eso de acumulador, que si tenía carga lo escuchábamos y si se terminaba, ya eran cuando menos cinco días de silencio, eso si no se venía un temporal.
Subieron, soldados, policías, gente vestida de civil, quizá gente de los gobiernos estatal y municipal, tal vez algunos voluntarios, curiosos, chismosos o pensando haber que encontraban; el caso es que subían y bajaban por Villa Rica un montón de gente.


Conocí un billete quemado de una esquina, no sé ni de que denominación, ya ves a los niños de aquellos tiempos no se nos permitía meternos en los asuntos que resolvían los mayores, aquel billete lo llevaba una persona pretendía pagar algo que en la tienda, (la que te dije que tío Manolo administraba en Villa Rica), pero que no se lo aceptaron por aquella razón de que el ejército andaba tras de quienes hubieran recogido billetes del avionazo.
Se tejieron muchas historias en torno al accidente; decían que en ese avión viajaba una pareja de recién casados que iban de luna de miel y que el velo de la novia se quedó atorado en la copa de un árbol, eso quien sabe si fue verdad, pero lo que mueve a risa es lo que me contaron hace muy poco tiempo:
Que un señor de por Naranjos o de Planta del Pie le tocó dinero y que para esconderlo lo metió en pedazos de tarro, y con ese material confeccionó una cesta, de esas que colgaban arriba de los braceros o fogones, que utilizaban las amas de casa para secar los chiles, la carne asada, la longaniza, las semillas y lo que se les ocurriera, ya ves que las mujeres siempre hemos sido muy creativas.


Pues resulta que el dueño del dinero nunca le dijo a su mujer que ahí guardaba una fuerte cantidad de dinero: Se va a Naolinco o a Xalapa, y se va cerrando un temporal, que en aquella época eran muy frecuentes; la mujer se queda sin leña y sin que nadie se la fuera a cortar y como los tarros de la cesta le parecieron que ya había que cambiarlos, ni tonta ni perezosa, agarra, desbarata el artefacto y mete los dichosos tarros a la lumbre y ese día hubo comida pero al día siguiente no hubo, la mujer seguramente estaba en la cama, de la paliza que le dio el bruto hombre que nunca confió en ella: Moraleja: “Nunca le ocultes a tu mujer las cosas importantes para la vida de la familia”.

Saludos: Malena Marín

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